jueves, 27 de marzo de 2014

¿Puede una persona ya adulta adquirir un nivel decente de inglés con los medios mínimos?

Todavía me acuerdo de cómo mi primer profesora de inglés en el colegio les dijo a mis padres que yo jamás pasaría su asignatura, si no me llevaban a un profesor de repaso cualificado para que me diese un buen volumen de clases particulares.

Mis padres no podían permitirse eso en ese momento, así que estaba sola en el asunto. Era una época en la que el inglés se hizo obligatorio en las escuelas a partir de los doce años, nunca antes: la edad exacta en la que los lingüistas afirman que uno pierde la preciosa capacidad de aprender un lenguaje como un nativo. Así que allí estaba yo, al principio de mi muy trabajosa pubertad, sin saber que había perdido ya la mayor parte de mis oportunidades de adquirir competencia en una lengua extranjera, y, cuando me enfrenté por primera vez la nueva asignatura de inglés en clase, con la mayoría de mis compañeros ya conociendo algo de ella hasta cierto punto por clases extraescolares, profesores particulares, etc., pensé que nunca, nunca iba a poder con eso. ¡Cosas que se leían y se escribían de maneras diferentes! ¡Tantas consonantes puestas juntas, tanto vocabulario, tantas normas extrañas! Como siempre, la diferencia entre mis compañeros que podían permitirse una enseñanza más completa y yo era toda una brecha. Así que hice lo que la mayoría de los chavales sintiéndose fuera de lugar en la escuela suelen hacer: simplemente dejé pasar los días e intenté sobrevivir saliendo tan indemne como me fuera posible. 

Por razones obvias, no hacía mis deberes para nada, ni prestaba atención alguna en clase. ¿Para qué? De todas formas yo no podía entender ni una sola palabra. Intentarlo resultaba simplemente en incrementar la frustración. Así que llegó junio y con él las notas finales del curso, y, previsiblemente, yo estaba entre los tres chavales más desastrosos de la clase respecto a, entre otras cosas, el inglés. Disponía de tres meses de verano para intentar aprobar una asignatura totalmente perdida.

Sin saberlo, mi profesora me puso en el camino hacia el progreso. Las nociones de deberes y las metodologías de enseñanza aplicadas a los niños eran muy distintas en aquel entonces, mucho más punitivas que motivadoras. Como forma de duro castigo por no haber hecho nada de los deberes a lo largo del curso, nos dijo a los tres, muy enfadada, que no nos permitiría hacer el examen final de recuperación en septiembre si no entregábamos los contenidos completos de nuestros workbooks... ¡por triplicado! Así que teníamos que entregar tres cuadernos, cada uno con las respuestas a todas las preguntas de nuestro libro de ejercicios, y, obviamente, debían ser las respuestas correctas.

Yo estaba en verdad horrorizada... pero mis padres no podían permitirse que repitiera el curso, y la necesidad, junto con la preocupación por tu gente, son los mejores acicates posibles, sin duda. Así que durante aquel verano tomé el libro casi sin abrir en mis manos y me juré entregar esos tres endemoniados cuadernos y aprobar la asignatura sin importarme lo que tuviera que hacer.

Estudié todo el verano, por mí misma. Era inglés muy básico, afortunadamente... y el cuaderno de ejercicios exponía todas las normas y explicaciones necesarias para entender y hacer los ejercicios correctamente. Sola y por mi cuenta, sin la presión de grupo agobiándome por mi tan inferior nivel en clase, empecé a comprender qué me pedía que hiciera aquel chiflado libro. Empecé a hacer los ejercicios. Por triplicado. Afortunadamente, la adolescencia me proveyó con el nivel requerido de torpeza para mi éxito posterior, así que me di cuenta de que las respuestas correctas venían al final del libro cuando había hecho de este ya más de la mitad. ¿¿Así que eso era lo que significaba 'with key'?? ¡Siempre había pensado que tenía que ver más bien con abrir puertas, candados y demás!

Pero también abría el camino a las respuestas, según vi.

 Hasta ese momento, yo no lo sabía aún, pero sabía inglés. Podría haber pasado el examen con facilidad. Si no hubiese sido por mis tremendas inseguridades, me habría percatado de que en realidad lo estaba haciendo bastante bien. Corregí los ejercicios ya hechos y decidí no hacer trampas con los que todavía quedaban. Los hice, y después los corregí. Rellené los tres cuadernos, los entregué (fui la única que lo hizo, y mi profe ni los miró. Aún así, permitió a mis compañeros hacer el examen igual, lo que fue, en mi opinión, la postura correcta). Mis esfuerzos pasados dieron sus frutos; aprobé el examen por los pelos, y me olvidé de todo el asunto hasta mucho, mucho después.

Si alguien me hubiera dicho entonces que yo me iba a convertir en una profe de inglés en el futuro, creo que me habría partido ante su cara de la risa. O me hubiese enfadado de verdad. Lo más seguro, ambas cosas. Una adolescencia difícil, ya sabéis.

En los cursos que siguieron tuve una profesora diferente. Utilizaba esquemas para explicar los tiempos verbales en clase: plantillas que teníamos que copiar una y mil veces y después rellenarlas de memoria, y que todavía yo misma uso con mis propios alumnos. Realmente se tomaba su tiempo a la hora de explicar las lecciones en clase, y, después de aquel verano de autoaprendizaje, ya no me sentía tan en desventaja frente a mis compañeros. Mis notas empezaron a fluctuar como una montaña rusa entre los cincos rascados y los notables altos. Seguí estudiando por mi cuenta un montón, buscando una gran cantidad de vocabulario en el diccionario y, finalmente, mi progreso se estabilizó. Empecé a volverme realmente buena en el inglés y, lo más importante, a disfrutar de verdad estudiando y aprendiendo inglés.

Pero en el momento en que decidí que quería saber más y más inglés, por el resto de mi vida, fue en el verano que siguió el fin de secundaria. Descubrí a Loreena McKennitt y su música. ¡Oh, esa poesía, esos acordes, esas letras...! Toda esa belleza auditiva encauzada tan mágicamente a través de su voz, suave y misteriosa; en la harmonía de las cuerdas de su arpa; en la fusión de tantos instrumentos que acompañaban su melodía... nunca había escuchado nada similar con anterioridad; y estaba totalmente fascinada... ¡necesitaba, físicamente, saber de qué estaba hablando! Aquel verano, el poco dinero que tenía lo gasté todo en comprar toda la discografía de Loreena McKennitt. Eran los principios de internet aquí en España, y nosotros no teníamos conexión en casa, así que, venturosamente, no tenía los medios de buscar las letras online... ni sus traducciones. Así, cogí los pequeños y cuadrados folletos que venían con cada CD - y que ahora atesoro con afecto - e hice todo lo que pude, armada con mi diccionario, por traducir las letras de cada una de las canciones: siete álbumes completos, siendo el primero y mi favorito The Book of Secrets, seguido de The Mask and Mirror; The Visit; Parallel Dreams; Elemental; A Winter Garden, y To Drive the Cold Winter Away. Las canciones no me decepcionaron en absoluto: hablaban de viajes, hadas, elfos, amantes, fantasmas, misterios, el miedo a la muerte y melancolía: temas perfectos para emocionarme por completo en aquella grandiosa edad. Me pasé, de nuevo, todas las vacaciones de verano estudiando inglés, pero esta vez por puro placer. ¡Oh, la sensación de ser capaz de traducir aquellas canciones era tan buena, descubrir aunque solo fuera un vestigio de su significado! Obviamente, algunas de mis traducciones eran incorrectas, pero realmente disfrutaba intentándolo. Hice un montón de trabajo, de hecho; y al final fui de algún modo capaz de captar las ideas principales tras cada letra, y, lo más importante, adquirí, por motivación, un montón de vocabulario, aunque un tanto formal y arcaico, por supuesto...

Al año siguiente, mi familia, viendo que cada vez me gustaba más y más el inglés, hizo un esfuerzo y me pagó el ingreso a la EOI, la Escuela Oficial de Idiomas, que era más o menos asequible a nivel económico, y desde ese momento hice un curso por año, con buenas notas, hasta que finalmente obtuve mi CAE, mi Certificate in Advanced English de Cambridge.

Todavía queriendo más, y espoleada por mis profes de la EOI, empecé a estudiar para la licenciatura de Filología Inglesa en mi universidad local, y después del primer ciclo, por causa de una urgente necesidad de cuidar de un miembro de mi familia que sufría de muy mala salud, me cambié a la UNED, donde podía estudiar por mi cuenta, trabajar y cuidar como yo quería de mi familia al mismo tiempo, y finalicé mis estudios allí con muy buenas notas, habiéndome concedido incluso una matrícula de honor en lingüística. Todo eso lo pude hacer gracias al hecho de que se me dieron becas para cada año, las cuales me ayudaron a conseguir el material necesario para cada curso.

El tiempo ha pasado y los estilos de enseñanza han evolucionado. Cuando pienso en mis profesores e inglés en mi pasado, me percato de que ni uno solo de ellos era un inglés nativo. Algunos de ellos eran muy buenos profesores; algunos otros dejaban bastante que desear: pero todos ellos eran no nativos, incluso en el campus universitario. Esto tiene que ver con lo que los lingüistas afirman actualmente: que el inglés moderno tiene, del inglés original, muy poco ya que ver. Es ahora uno de los lenguajes preferidos para la comunicación global, y, a su modo, cada gente, cada cultura ha adoptado un estilo diferente de inglés para ellos mismos, mezclando su propio acento, conocimiento, normas sociales y expresiones locales con él, con un solo objetivo en mente: comunicarse entre las naciones.

Así que aquí estoy, con mi inglés fabricado, adquirido a través de traducir canciones, mirar pelis en inglés, escuchar material gratis, leer un montón de novelas y otros textos... de comunicarme con otras personas en inglés, nativas y no nativas. Solamente una vez viajé a Inglaterra para pasar unos veinticinco días allí, haciendo un curso de English In The Vacation en Sussex University, Brighton, England, el cual fue magnífico, por cierto. Una profe ya adulta con un pasado de estudiante desastroso: exactamente lo mismo que le ha sucedido a mi muy querido esposo.

Ahora me encanta contar esta historia a mis alumnos; estoy realmente orgullosa de ella. Muchos se sienten inseguros, o muy desanimados sobre sus habilidades o capacidades a la hora de adquirir una lengua extranjera. "Me temo que nunca podré entender el inglés" me dicen; "o hablar en inglés, o comunicarme en inglés, o pasar mis exámenes de inglés...". "Bueno" les digo yo. "A mí me dijeron lo mismo una vez. Y mírame ahora". Estas palabras, viniendo de una Licenciada en Filología Inglesa con un buen expediente, realmente les impactan, y les ayudan a creer que ellos también pueden superar sus dificultades con el inglés a su vez, sin importar cuán profundas, duraderas o encarnizadas. Y yo lo creo también

Y todo eso lo tengo que agradecer - junto con el hecho de haber conocido a mi marido, con el que quedé justamente por nuestro interés común en los lenguajes, la escritura y la lectura - a una profesora que me castigó a hacer un montón de deberes imposibles durante el verano, a una cantante y músico canadiense devota de Shakespeare, el folklore tradicional y los clásicos, y a muchas, muchas horas de estudio online, búsqueda y autoaprendizaje, siempre guiada por las fantásticas personas que ofrecen su propio conocimiento gratis por internet.

¿Así que puede realmente una persona adulta adquirir un nivel decente de inglés con los medios mínimos? En mi opinión, sí puede... siempre que esté lo suficientemente motivada para recorrer toda la aventura, a su propio ritmo, pero sin relajarse. Y hay ilimitados beneficios a lo largo del camino, como recompensa por tanto esfuerzo. Aquí está una prueba que hice para vosotros de cuán lejos puede uno llegar: mi poema de "The Raven", de Edgar Allan Poe. Puede ser una lectura modesta, sí... y aún así, ¡a todas luces, no está tan mal para alguien a quien se la consideraba un desastre! Espero que os guste. Saludos, y gracias a todos por confiar en mí como vuestra profe de inglés.

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